viernes, 8 de julio de 2011

SEGUNDO CAPÍTULO DE MI LIBRO!!!

Teo y yo nos encontramos en el metro a la mañana siguiente. Bueno, la mañana siguiente y todas las demás. Nos hicimos inseparables. Había días en los que incluso comíamos o cenábamos juntos, a veces en su piso, a veces en el mío. De hecho, muchas de las ocasiones en las que compartíamos la cena en su casa me quedaba allí a dormir y viceversa. Teo era mi mejor amigo.  Pero sólo eso, amigo.  Porque por  aquellos entonces a mí me gustaba Carlos.
Los fines de semana eran geniales porque salíamos Teo, Carlos, Almu, Juan (el novio de Almu) y yo, los cinco juntos, de fiesta. Eran ocasiones perfectas para acercarme más a Carlos en un contexto diferente al del diario de las clases. Cada día me había ido gustando más, no sé. Era un chico inteligente, divertido y atento y esa eran tres cualidades fundamentales. Lo mejor de todo era bailar con él. Teo, Almu y Juan eran demasiado tímidos y no se atrevían tanto a bailar.  Yo disfrutaba mucho ese momento, cuando Carlos me cogía por la cintura y movíamos las caderas al compás el uno del otro.
Teo sólo sonreía mientras tenía clavada su mirada en nuestros movimientos y cuando la canción acababa siempre llegaba con algo de beber para devolverme el aliento. Después, me miraba a los ojos y me  decía que había bailado realmente bien y rodeándome con su brazo el talle, me daba un beso en la mejilla izquierda. Yo sonreía y posaba mi mano sobre su cara, le daba las gracias  y le devolvía el beso en la mejilla.
Esto parecía poner muy celoso a Carlos y los lunes flirteaba con Irene, creo yo que para pagarme con la misma moneda. A mí la verdad es que eso no me hacía ninguna gracia pero sabía disimularlo y al final, desistía. Almu sabía que Carlos me encantaba y ella y Juan hacían todo lo posible para ayudarme.
El caso es que aunque estaba coladita por él, era al que menos conocía porque era con el que menos tiempo pasaba.  Y quería saber más sobre él. Por eso, le pregunté a Teo. Los dos jubaban en el equipo de fútbol de la facultad por lo que pasaban muchas horas a la semana juntos entre entrenamientos y partidos. Al principio Teo me dio algunos detalles que desconocía pero luego empezó a decirme que no sabía nada más de él, que sabía lo mismo que yo y que, sintiéndolo mucho, no podía seguir ayudándome en ese aspecto.
Hasta que un día de mediados de noviembre, sucedió algo que cambiaría mi vida para siempre. Almu llevaba toda la mañana muy rara y nerviosa. Pero lo realmente extraño fue que al salir, Almu se dirigió al aparcamiento porque ese día se llevó su coche. Yo vi a Carlos con su moto y fui hacia él para preguntarle si todo iba bien.
-Carlos, ¿te pasa algo con Almu? No sé, siempre se va contigo y hoy ha traido su coche.
-No, no. No estamos enfadados. Es que ha quedado para comer en casa de Juan y no me pilla de camino.
- Ah, bien, estupendo.
-Bueno, no es estupendo. Hoy me iré solo. Si quieres, podría llevarte…
La idea era tentadora pero ahí estaba Teo, con el que iba y venía en metro todos los días y no podía dejarle tirado. La cara de Carlos cambió cuando se lo dije y no se lo tomó bien porque los días siguientes estuvo muy tenso conmigo y no le dirigió la palabra a Teo. Yo no entendía por qué reaccionó así. Vale, yo le podría gustar, pero tenía que entender que Teo era mi mejor amigo y no iba a darle de lado por ningún motivo.
Por otra parte, mi madre y Patri no hacían otra cosa que preguntarme por los dos, por Teo y por Carlos. Patri decía que le tenía que gustar muchísimo a Carlos para que se hubiera enfadado tanto. Mi madre por el contrario me advirtió que tuviera cuidado con Teo, porque podría hacerle daño sin pretenderlo.
-Hija, Teo parece un chico muy dulce y atento.
-Si, es muy lindo.
-Pero debes tener cuidado con él.
-¡¿Por qué mamá?!
-Porque podrías romperle el corazón sin pretenderlo, podrías hacerle sufrir sin querer.
-Mamá, ya te he dicho mil veces por activa y por pasiva que es sólo un amigo.
-Precisamente por eso nena.
Mi madre me dio mucho en lo que pensar. ¿Podría ser que Teo estuviera enamorado de mí? No, era imposible. Era su mejor amiga y le había escuchado hablar sobre Mercedes, una compañera de clase, mil veces. Estaba segura de que era ella la que ocupaba su corazón.
Llegaron las vacaciones de Navidad y yo regresé a Sevilla para pasarlas con mi familia. Bueno, en realidad no las pasaría en la capital andaluza, estaría en Llerena, el pueblo de mi madre.  Cuando llegué allí, mi madre me dijo que vendría a cenar con nosotros en Nochevieja su amiga María, otra amiga de la universidad, con su novio Matías. Llevaban muchos años viviendo juntos en Buenos Aires y siempre venían a pasar las fiestas navideñas a España pero hacía un par de años que no se veían.  María y Matías son padres de Valeria, una niña de once años,  y de los gemelos Thiago y Simón de cinco,  que, evidentemente, también cenarían con nosotros. A mí no me gustó nada la idea. No por María y Matías que me caían muy bien, ni por los gemelos, un encanto de niños. En cambio Valeria era muy engreída y mandona. Siempre tenía que hacerse lo que ella quería. No obstante no tuve más remedio que aguntarme. Al fin y al cabo habían pasado dos años y mi madre tenía muchas ganas de ver a su otra mejor amiga de la facultad. Además, luego pensé que quizá María podría contarme algo de por qué tanto Estefanía como mis padres tenían esa animadversión por los canarios.
La familia argentina llegó el día treinta a casa y nuestro hogar se llenó enseguida de jaleo y ruido. Ya no sólo estaba mi hermano. Imaginaos como estaba mi casa con cuatro niños gritando y alborotando. Aprovechándome de esa situación y sabiendo que mi madre había salido a hacer unas compras, abordé a María en el salón y le dije que tenía que hablar con ella sobre un asunto de mis padres.
-María, quería preguntarte algo. Verás, he conocido a un chico en la facultad. Se llama Teo, es de Canarias. Bueno, sólo somos amigos pero parece que a mis padres no les agrada nuestra amistad.
-Perdona, ¿me has dicho que se llama Teo? Es mucha coincidencia.
- ¿Por qué coincidencia?
-No nada, disculpa, estaba pensando en otra cosa.  Con respecto a lo de tus padres no puedo decirte nada.  Deberían ser ellos los que te contaran. Mejor dicho, debería ser tu madre la que te resolviera esa duda. Yo no soy quien para decirte nada sin su permiso. Pero cuando ella te dice eso es porque tiene sus motivos.
-¿Pero qué motivos son esos? Ella no puede saber cómo es Teo sin conocerlo. Yo si lo conozco, paso casi todos las horas del día con él. Antes de juzgar a las personas tiene que conocerlas.
-Tu madre, créeme, es la primera que no juzga sin conocer, pero cariño, el gato escaldado del agua fría huye.
-¿Y qué agua fría escaldó a mi madre? ¿Qué le pasó?
-Guadalupe, no puedo decirte nada más. Lo siento.
Y María se fue a jugar con los niños al patio y me dejó allí sentanda reflexionando sobre lo que me había dicho. No me había contado nada pero en realidad me había contado mucho. Al menos ya tenía un hilo del que tirar: un chico canario había hecho sufrir a mi madre.
María no volvió a soltar prenda los días que estuvo en mi casa. Ella, Matías y los niños se marcharon el día dos para Jerez, la ciudad natal de María para pasar la noche de Reyes allí.  Al principio pensé que podría sacarle algo más de información, pero luego me di cuenta que no me diría nada más. Vi paralizada mi investigación. Mis padres no me iban a contar nada y estaba claro que María, Matías, Estefanía y Paco tampoco.  Así se pasaron las vaciones de Navidad y tuve que regresar a Madrid.
Tenía muchas ganas de reencontrarme con Almu, con Juan, con Carlos… pero sobre todo con Teo. Por alguna razón era al que más había echado de menos. Con Carlos hablé casi todos los días y fue con Teo con quien menos contacto tuve durante las fiestas. Puede que lo echara más de menos  porque a lo mejor sentía algo más que amistad por él. Lo negué rápidamente y alejé ese pensamiento de mi cabeza.
Al dia siguiente cuando los volví a ver, noté algo muy raro en las caras de Almu, de Teo y de Juan. Me miraban de forma extraña, no entendía por qué, pero sabía que algo había pasado durante mi ausencia. Supuse que nada tenía que ver con Teo pues él se fue de Madrid también para pasar las fiestas con su familia en Canarias. Yo les insistía diciéndoles que algo pasaba y que me lo contaran, pero los tres lo negaban y se esforzaban por cambiar la seriedad de sus rostros.
Al final, no me dijeron nada, pero Teo me sugirió que nos tomáramos una tarde sabática antes de los exámenes del primer parcial. A mí me pareció una idea excelente y quedó en pasarse a por mí sobre las cinco. Estuvimos de compras aprovechando las rebajas de enero y después nos fuimos a un pub a tomarnos algo.  No sé por qué cambió de idea pero Teo acabo contándome la razón del extraño comportamiento suyo y de nuestra pareja de amigos.
-Guadalupe, yo no puedo mentirte. Cuando esta mañana decías que nos pasaba algo tenías razón. El problema era que no queríamos decírtelo para no hacerte daño, pero yo tengo que contártelo, no puedo ocultarte nada, y además pienso que es mejor que lo sepas.
-Teo, me estás asustando. ¿Qué pasa? ¿Estáis bien no?
-Si, si, Guadalupe, en eso puedes estar tranquila. El problema no somos nosotros. Uf, es que no sé cómo decírtelo. Me cuesta tanto…
-Por favor, dilo ya. Una vez que has dado el paso, no puedes callar y echarte atrás.
-Verás, yo no lo he visto porque como bien sabes he estado todas estas vacaciones en Canarias, pero Almu y Juan me lo han contado. Resulta que Carlos se ha liado con Irene estas Navidades.
Fue un mazazo en toda regla. Era lo último que me esperaba. ¿Cómo era posible que lo hiciera? ¡Si la ponía verde delante de mí! ¡Qué hipócrita! No sabía lo que decir ni qué hacer en ese momento. Me quedé pasmada.
-Lo siento Guadalupe. Creo que es una tontería preguntarte si estás bien porque supongo que no lo estarás.
-Hombre Teo, es algo que no me esperaba. Tu bien sabes cuantas veces le hemos escuchado hablar mal de ella. Y también sabes cómo tonteaba conmigo. Me parece muy mezquino y ruin jugar así con los sentimientos de la gente.
- No sé. Me han contado que fue puntual, sólo una noche y que se quedó ahí. Ya has visto que hoy en clase ni siquiera se han mirado.
-Me da igual. Una persona que critica a otra y luego se enrolla con ella es de todo menos creíble. Y ahora Teo, pidamos otra ronda de cerveza.
Se nos fue la mano bebiendo esa noche, a los dos. Quizá no tendríamos que haber bebido tanto. Desde luego un imbécil como Carlos no merecía que yo me emborrachase por él.  Pero me emborraché, y no sólo yo. Teo estaba como una cuba.  Ninguno de los dos podía irse solo a casa en nuestro estado y decidimos ir a dormir esa noche a su casa, que era la que nos pillaba más cerca.
Ya en la calle, Teo me cogió por la cintura con mucha delicadeza y note una reacción extraña en mí. Fue como si se abrieran las puertas de mi alma. Me paré en seco, el seguía con la mano en mi cintura, y lo miré a los ojos. Entonces puso su otra mano en mi mejilla derecha y me besó con dulzura. No voy a decir que no me gustó porque sería ser tan falsa como Carlos. Yo sólo cerré los ojos y me dejé llevar.
A ese beso siguieron muchos otros, algunos de ellos dulces, pero la mayoría apasionados. Nos parábamos a cada paso que dábamos para unir de nuevo nuestros labios. Y así llegamos a su piso.
Por la mañana todo era muy embarazoso. Era muy extraño despertar junto a Teo. Y no es que fuera la primera vez, pero si era la primera vez después de que pasara algo entre nosotros. De hecho, ninguno de los dos supo como actuar.  Finalmente hicimos como si nada hubiera pasado.  Nos levantamos, desayunamos y cada uno se duchó por separado.
Como cada día, nos vieron llegar juntos a la facultad asi que ninguno de nuestros amigos sospechó nada. Lo peor de todo fue como tuvimos que disimular durante todo el día. No nos atrevíamos a mirarnos a los ojos porque si nos mirábamos, nos delataríamos. Y yo estaba deseando contarle a alguien lo que había pasado.
Cuando llegué a mi piso me tiré en el sofá y cogí el teléfono para llamar a Patri. No podía creer todo lo que le conté, desde lo de Carlos con Irene hasta lo mío con Teo. Conociéndola como la conozco, sé de seguro que estaba dando saltitos en su casa. Le dije que se controlara, que su madre le iba a preguntar y que por nada del mundo dijera nada de lo que había pasado.
Después de decirle eso me planteó varias cuestiones que ni se me habían pasado por la cabeza: qué sentía por Teo, si aquello iba a volver a repetirse y qué iba a pasar ahora. Sinceramente, no tenía respuesta para ninguna de las tres. No estaba segura de lo que sentía por él, tampoco sabía lo que pasaba por su cabeza, no sabía si él quería que volviera a pasar algo entre los dos y mucho menos conocía sus verdaderos sentimientos.
Al día siguiente, como cada mañana, Teo y yo nos encontramos en el metro. La tensión reinaba en el ambiente, tanto, que podía cortarse con un cuchillo y yo ya no pude aguantar más.
-Teo, lo que pasó el otro día…
-Bueno, no sabía si querías hablar de ello.
-Si, tenemos que hablarlo. Ahora no, no es el momento ni el lugar adecuado. Pero tenemos que hablar.
-Tienes razón. Si quieres podemos quedar después de clase, nos tomamos algo y lo hablamos.
-Ok. Me parece bien.