Seguro que todas habréis conocido alguna vez un
chico fantástico cuando menos lo esperabais. Resulta ser que cumplía todo
aquello que buscáis en un hombre. Y parece que por fin se alinean los planetas
o algo parecido porque vosotras también les gustáis. Además, esa noche os
acompaña a casa, se queda a dormir con vosotras y la cosa no va más allá de
unos besos. Tierno, romántico y dulce ¿verdad?
Otro día quedáis, es vuestra primera cita. Os
tomáis un helado, dais un paseo... y el vuelve a acompañarte a casa. Esa
noche os entregáis a la pasión y el uno al otro. Y cuando parece que todo es
mágico, él te dice que se tiene que ir y no se queda a dormir junto a ti. Tú, claro, te quedas hecha polvo.
Dos semanas después, quedáis en veros en la entrada de la feria. Después de haberos estado buscando todo el día, por fin, por la noche, vais a encontraros. Tú vienes de cenar en casa de una amiga. Y allí está. En la portada esperándote. Llegas a él y te besa como nadie te ha besado nunca. El beso más perfecto que puedes imaginar. Y con él pasas dos horas maravillosas. Después, ambos volvéis con los amigos. Y no lo volverás a ver hasta casi un mes después.
Cuando menos te lo esperas, da señales de vida.
Quiere quedar contigo para cenar y ver una película en su casa. La cosa pinta
cuanto menos bien. Todo lo que rodea el ambiente es fantástico. Allí estáis los
dos, juntitos en el sofá, cogidos de la mano... De repente, llegáis al límite
de Megavídeo, y claro, mientras pasa la media hora de espera y no pasa... lo
que empieza con besos pasa a mayores. Allí estas en el sofá, encima de él, con
más calor que en la comunión de Charmander. Y decidís iros a su habitación.
La cosa se dispara, vuestra ropa sale volando por
la habitación y en un abrir y cerrar de ojos, os estáis fundiendo en uno solo.
Después, os abrazáis, habláis y decidís iros a dormir. Pero antes, se levanta,
abre la tapa de su piano y te toca la canción más romántica de una de tus
películas favoritas.
Y
llega tu cumpleaños. Estáis de exámenes y no podéis quedar, pero te promete que
habrá recompensa. Una semana después,
libres de agobios, te invita a cenar. ¡Es todo tan maravilloso! Va a recogerte a la puerta de casa y cogiditos
de la mano vais hacia el restaurante. Allí, ninguno de los dos se decide.
Entonces él se pide dos platos que os gustan a los dos, y tú otros dos platos
que os gustan. Así podéis compartir la comida.
Acabáis
de cenar y vais a tu casa. Esta vez,
vais caminando cogiditos de la cintura. La gente os mira al pasar porque
sois la pareja perfecta. Los viejecillos, sentados en los bancos, os sonríen
pensando que parejas como la vuestra ya no quedan. Y así, llegais a tu piso.
Subís,
lo invitas a una copa. Tienes otra sorpresa preparada. El postre. Nata. Os vais
a la habitación, hacéis el amor. Y él te dice mientras tanto lo más bonito que
te han dicho hasta el momento. “No cambiaría estar aquí contigo en este momento
por estar en otro lugar del mundo”. Él te hace sentir única. Te sientes la chica
más especial del universo.
Pero
eres conscientes de que el verano ha llegado, el curso ha acabado y esa noche
es la despedida. Por la mañana temprano, mientras volvéis a hacer el amor, se
te escapan unas lágrimas porque sabes que no volveréis a estar juntos.
Os
vestís, desayunais, y lo acompañas hasta la mitad del camino que separa tu piso
y el suyo. Allí os besais, no queréis despegaros. Entonces tú haces acopio de
valor y le dices: “Esta ha sido la última vez ¿no?”. “Si, supongo que si”, responde él. Intentas aguantar las lágrimas.
Lo besas por última vez y sigues tu camino sin mirar atrás. Porque si vuelves
la mirada estás perdida.
Un
mes después vas de vacaciones con tus amigas cerca del lugar donde veranea él.
Le escribes un privado por una red social. Tarda dos días en contestarte. Este
año ha cambiado su lugar de veraneo. Está con unos amigos y ha conocido una
chica. Se te parte el corazón.
Primero
lo sigues amando. Después lo odias. Pero pasado un tiempo piensas que no debes
guardarle rencor porque en el fondo él nunca te prometió nada y sobre todo
porque te dio todo lo que buscabas en un chico. Entonces una noche que sales
con unos amigos, de camino a una de las zonas de marcha de la ciudad, tienes el
presentimiento de que te lo vas a encontrar.
Estás
en una de las discotecas de la calle y de repente entra un grupo de chicos por
la puerta. Uno, dos, tres. El cuarto es su mejor amigo. El quinto, él. Haces
como que no lo has visto. Sigues bailando, sonriendo, pero con el corazón a mil
revoluciones. Sigue igual de mono que siempre.
Él
se percata de que estás allí y huye al fondo de la discoteca, donde no puedes
verlo. Tú te quedas hundida. Y sales a la puerta a fumarte un cigarrillo.
Cuando estás acabándotelo, abandona el local. Lo llamas. Os saludáis. Es
incómodo. Sin embargo él te tiene cogida por la cintura. Os contáis vuestra
vida sentimental. Es una competición. A los dos os ha ido bien. Habéis ligado
bastante. Sólo que hay una diferencia. Tú no lo has olvidado.
Se
va. Y al rato te vas tú también. Tu amiga tampoco tiene un buen día y decidís
iros a casa.
Una
mañana de abril, justo un año después de conocerlo, sales corriendo de casa.
Llegas tarde a un cursillo. Has pasado la noche con un chico. No se ve mala
gente. Llevábais tonteando por Facebook dos semanas y decidís quedar para
conoceros en persona. Os tomáis una caña y te da una vuelta con su super moto. Pero
no es él.
Te
bajas del primero de los dos autobuses que tienes que coger cada día. Y cuando
te diriges a la parada del otro autobús… allí está. ÉL.
Os
miráis y sonreis mientras tú llegas. Os saludáis. Os dais dos besos en la
mejilla. Con cariño. De nuevo os volvéis a preguntar cómo os va la vida. Pero
esta vez habláis de vuestros estudios, de cómo le va en el conservatorio, de
cómo teniendo él clase todos los martes a esa hora y tú el cursillo nunca
habéis coincidido. Entonces tú piensas que deberías haber llegado tarde
siempre.
Y
a todas esas palabras vacías las acompañan miradas que dicen todo. Lo que el
corazón siente y la voz calla.
Llegáis
a su destino. A ti te quedan dos paradas. Os despedís con otros dos castos
besos. Pero sabes que ninguno de los dos tiene ganas de despedirse. Y sabes
también que él tiene las mismas ganas de besarte que tú de que te bese.
No
han pasado muchos días después de haberos encontrado. En esta ocasión tu vas al
centro a hacer unas compras. Vas en autobús. De repente, al poco de montarte,
cerca de tu casa, lo ves. Va caminando por la acera. Solo. Pensando en sus
cosas.
Se
mudó de piso. Ha vivido todo ese tiempo tan cerca…