martes, 25 de noviembre de 2014

Segundo capítulo de ELIA: "El principio del cambio"

Como casi siempre, ninguna salió de casa a la hora acordada así que llegaron a la plaza del pueblo un pelín más tarde de lo que habían pensado. Y allí estaba Iván, tocando sobre el escenario su brillante y deslumbrante saxofón. Aunque realmente para Elia lo que deslumbraba era él.
Como estaban todavía con los pasodobles, las chicas decidieron ir a la barra de la caseta que había montado el Ayuntamiento para pedir una copa. Entonces, al terminar la canción, el vocalista de la orquesta anunció un breve descanso. Eso sólo significaba una cosa, que Iván llegaría de un momento a otro a aquella barra.
No hizo nada más que entrar por la puerta y fue directo a saludar a Elia, que estaba tremendamente nerviosa, aunque intentó disimularlo y actuar como si no lo estuviera. Para su sorpresa, Iván se empeñó en pagarle la copa y se quedó charlando con ella. Sus amigas, en parte para dejarlos solos y en parte en beneficio propio, aprovechando las circunstancias, salieron a buscar a Franco.
-           ¡Qué de tiempo! ¿Verdad?
-            Bueno, no tanto. Nos vimos el mes pasado en las fiestas del pueblo de aquí al lado.
-       Es verdad. No sé dónde tengo la cabeza. Esto de estar para arriba y para abajo todos los días…  ¿Y qué tal llevas las recuperaciones? Ahora recuerdo que me dijiste que tienes dos exámenes en septiembre.
-      No las llevo mal. Yo espero que no pongan un examen muy complicado. Si no aprobamos luego selectividad por lo menos que nos saquemos el título de Bachillerato.
-        Estoy seguro de que vas aprobar las dos cosas. Te repartes el tiempo bien, sales cuando tienes que salir y estudias cuando tienes que estudiar. Y eres muy trabajadora. Conseguirás entrar en Empresariales y algún día tendrás ese restaurante con el que sueñas.
-       Gracias por tus ánimos. La verdad es que me vienen de perlas, porque estoy algo desmotivada. No me veo capaz.
-       Pero eso es porque tu no ves en ti misma las cosas tan maravillosas que vemos los demás. Eres increíble, Elia. A mí me lo has demostrado desde que te conozco. Es verdad que no nos vemos mucho en persona, pero creo que por lo que hablamos por las redes sociales ya te conozco bastante bien.
-     Gracias Iván por tus palabras, de verdad. ¿Tú qué tal? ¿Tenéis mucho ajetreo? Imagino que tendrás cansancio acumulado.
-     Yo estoy bien. Es cierto que no paramos, que tenemos actuaciones casi todos los días. Pero es mejor así, porque luego en invierno apenas sale nada. Ya en octubre tendremos tiempo de descansar y de irnos de vacaciones.
-          También es verdad. Y si hace buen tiempo todavía se puede ir a la playa.
-          Bueno, ya fui el mes pasado dos días que tuvimos libres. En octubre tengo pensado ir a otro sitio. Creo que saldré de España. Lo que no tengo muy claro todavía es el destino.
-      Yo siempre he querido ir a París. Bueno, y a varias ciudades de Italia. Florencia, Verona, Venecia, Nápoles, Roma… 
-      Solamente he estado en dos de ellas, en Roma y en París. Me encantaron y me gustaría volver. Pero con alguien que nunca haya ido, como tú, para poder enseñarle y compartir todo lo que me gusta de esas ciudades.  Tendré en cuenta tus otras sugerencias, aunque creo que de quedarme en Europa quizá sea por Viena, Budapest... Es que también tengo muchas ganas de ir a Buenos Aires.
-         ¿Y por qué te lo estás pensando? Teniendo dinero yo en tu lugar me iría a Argentina. Por Europa tendrás más oportunidades de viajar.
-       Si, lo que pasa es que como yo solo no viajo… Hay que tener en cuenta las preferencias de los demás. Bueno (mirando el reloj), tengo que volver que vamos a empezar el segundo pase.
Elia estaba contrariada por aquella breve conversación. Por una parte, Iván había querido dar a entender que tenía pareja al decir que no iba de vacaciones solo. Pero, por otra parte, también parecía haber dado a entender que le agradaba la idea de ir con ella a París y Roma. Y luego estaban esas palabras tan bonitas que le había dicho.
En aquel momento entraron sus amigas, porque Franco también había tenido que volver al trabajo. En cuanto llegaron comenzaron a interrogar a Elia, que les contó con pelos y señales la conversación y les transmitió su desconcierto. Sus amigas también le relataron sus progresos con el técnico de sonido, quien había preguntado por ella con bastante interés al no verla junto a las demás.
Poco a poco la noche se fue animando y los pasodobles dejaron paso a las canciones retro de los años sesenta y setenta y los éxitos de los ochenta y los noventa, hasta llegar a las canciones del verano. Elia y sus amigas no paraban de bailar y al mismo tiempo Franco no les quitaba ojo de encima.
Moni estaba satisfecha, porque estaba convencida del interés de Franco.  Así que ella le dirigía miraditas de vez en cuando. Aunque la que estalló de felicidad fue Elia cuando Iván le guiñó un ojo desde el escenario en mitad de la actuación. Todas se alegraron y empezaron a bailar entusiasmadas, con más energía, y Elia con ilusiones renovadas.


Pero justo en aquel instante aparecieron en la plaza uno de los grupitos de petardas. Llegaron como las protagonistas de Mujeres Desesperadas en la promo de la serie, con la cabeza alta, pisando fuerte y divinas. Comiéndose el mundo.
Con visión panorámica, hicieron un repaso del personal y no tardaron en darse cuenta de la presencia de Elia y sus amigas, a las que dirigieron miradas y muecas de desdén y de las que empezaron a cuchichear entre ellas.  
En su recorrido visual por la plaza se percataron también del nuevo técnico de sonido y se quedaron pasmadas cuando observaron que no paraba de mirar hacia el grupo de Elia. Y montaron en cólera cuando vieron a Moni acercándose y manteniendo una charla animada con él. Aquello las hirió en lo más profundo de su orgullo. No podían consentir semejante ignominia. Así que Veva, su líder, se propuso en aquel mismo instante conquistar a aquel chico y se acercó a él transcurridos unos diez minutos. El tiempo necesario para no parecer patética.
Veva tenía un físico imponente. Era guapa, alta y delgada. También tenía una bonita sonrisa y un largo y sedoso pelo rubio. Aunque andaba como un pato. Además, cuando quería agradar hacía creer que era dulce, simpática y bondadosa. Y esos fueron los encantos que desplegó con Franco.
En realidad era una víbora que se había dedicado a hacer la vida imposible a Elia y sus amigas, especialmente a Ceci, desde hacía dos años. Aparentemente sin motivo alguno. Aunque con el paso del tiempo, como ya se verá, las cosas se vislumbran más claras.
Veva, sin moverse de su lado, acaparó a Franco el resto de la noche, impidiendo a Moni cualquier intento de acercarse. Elia y sus amigas no podían creerlo. Estaban seguras de que ni siquiera le gustaba, solamente lo hacía para fastidiar. Sabían que Veva no soportaba no ser el centro de atención de nadie.
Y así, el tiempo fue pasando hasta que las campanas dieron las seis y media, la hora hasta la que el Ayuntamiento tenía contratada la actuación. Cuando la música dejó de sonar, Iván bajó del escenario para despedirse de Elia. Y justo en ese momento Franco y Veva se alejaban juntos por una de las calles del pueblo. Entonces, sin esperanzas con Franco, y viendo la situación, las amigas de Elia decidieron marcharse a casa y la dejaron sola con Iván, no sin antes haberle hecho prometer que la acompañaría a casa.
Una vez que se hubieran marchado, Elia lo felicitó por la actuación y le preguntó cuándo tenían el próximo bolo. El pobre no tenía tiempo de descansar siquiera, pues actuaban en unas pocas horas, poco más allá del mediodía, en una localidad que estaba a más de ciento cincuenta kilómetros de allí. Por eso no podía entretenerse mucho y le propuso que se tomaran un chocolate en la churrería.
Elia casi no podía contener su alegría. Pero, justo cuando ya iban de camino, un compañero llamó a Iván porque necesitaban ayuda con el desmontaje de los equipos. Iván le pidió por favor que esperaran un poco, pero sus compañeros le dijeron que corría prisa. Elia se mostró comprensiva, pero Iván no estaba tranquilo dejando que se fuera sola. Así que, por si necesitaba ayuda y para que cuando llegara a casa le hiciera saber que había llegado bien, le dio su número de teléfono.
Se despidieron y ella emprendió el camino a casa. Estaba triste porque tomar ese chocolate con Iván le hacía mucha ilusión y habría supuesto una oportunidad para que la conociera mejor, pero a la vez estaba contenta por haber conseguido su número de móvil.
Caminaba ensimismada en estos pensamientos cuando se dio cuenta que estaba delante de la churrería y que, aunque se lo tomara sola, un chocolate caliente a esas horas no le sentaría nada mal. Así que se encaminó a la taquilla, donde se pagaba el ticket del producto que se fuese a consumir. Afortunadamente no había mucha cola. Solamente tenía una joven pareja de enamorados delante, que estaba ya pagando cuando, dirigiéndose a ella, Elia escuchó:
-          - ¡Hei! Había ganas de un chocolate ¿eh?

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