Como casi siempre,
ninguna salió de casa a la hora acordada así que llegaron a la plaza del pueblo
un pelín más tarde de lo que habían pensado. Y allí estaba Iván, tocando sobre
el escenario su brillante y deslumbrante saxofón. Aunque realmente para Elia lo
que deslumbraba era él.
Como estaban todavía
con los pasodobles, las chicas decidieron ir a la barra de la caseta que había
montado el Ayuntamiento para pedir una copa. Entonces, al terminar la canción,
el vocalista de la orquesta anunció un breve descanso. Eso sólo significaba una
cosa, que Iván llegaría de un momento a otro a aquella barra.
No
hizo nada más que entrar por la puerta y fue directo a saludar a Elia, que
estaba tremendamente nerviosa, aunque intentó disimularlo y actuar como si no
lo estuviera. Para su sorpresa, Iván se empeñó en pagarle la copa y se quedó
charlando con ella. Sus amigas, en parte para dejarlos solos y en parte en
beneficio propio, aprovechando las circunstancias, salieron a buscar a Franco.
- ¡Qué
de tiempo! ¿Verdad?
-
Bueno, no tanto. Nos vimos el mes pasado en las
fiestas del pueblo de aquí al lado.
- Es
verdad. No sé dónde tengo la cabeza. Esto de estar para arriba y para abajo todos los
días… ¿Y qué tal llevas las
recuperaciones? Ahora recuerdo que me dijiste que tienes dos exámenes en
septiembre.
- No las llevo mal. Yo espero que no pongan un
examen muy complicado. Si no aprobamos luego selectividad por lo menos que nos
saquemos el título de Bachillerato.
- Estoy seguro de que vas aprobar las dos cosas. Te
repartes el tiempo bien, sales cuando tienes que salir y estudias cuando tienes
que estudiar. Y eres muy trabajadora. Conseguirás entrar en Empresariales y
algún día tendrás ese restaurante con el que sueñas.
- Gracias
por tus ánimos. La verdad es que me vienen de perlas, porque estoy algo
desmotivada. No me veo capaz.
- Pero eso es porque tu no ves en ti misma las
cosas tan maravillosas que vemos los demás. Eres increíble, Elia. A mí me lo
has demostrado desde que te conozco. Es verdad que no nos vemos mucho en
persona, pero creo que por lo que hablamos por las redes sociales ya te conozco
bastante bien.
- Gracias Iván por tus palabras, de verdad. ¿Tú qué
tal? ¿Tenéis mucho ajetreo? Imagino que tendrás cansancio acumulado.
- Yo estoy bien. Es cierto que no paramos, que
tenemos actuaciones casi todos los días. Pero es mejor así, porque luego en
invierno apenas sale nada. Ya en octubre tendremos tiempo de descansar y de
irnos de vacaciones.
-
También es verdad. Y si hace buen tiempo todavía
se puede ir a la playa.
-
Bueno, ya fui el mes pasado dos días que tuvimos
libres. En octubre tengo pensado ir a otro sitio. Creo que saldré de España. Lo
que no tengo muy claro todavía es el destino.
- Yo siempre he querido ir a París. Bueno, y a
varias ciudades de Italia. Florencia, Verona, Venecia, Nápoles, Roma…
- Solamente he estado en dos de ellas, en Roma y en
París. Me encantaron y me gustaría volver. Pero con alguien que nunca haya ido,
como tú, para poder enseñarle y compartir todo lo que me gusta de esas
ciudades. Tendré en cuenta tus otras
sugerencias, aunque creo que de quedarme en Europa quizá sea por Viena,
Budapest... Es que también tengo muchas ganas de ir a Buenos Aires.
- ¿Y por qué te lo estás pensando? Teniendo dinero
yo en tu lugar me iría a Argentina. Por Europa tendrás más oportunidades de
viajar.
- Si, lo que pasa es que como yo solo no viajo… Hay
que tener en cuenta las preferencias de los demás. Bueno (mirando el reloj),
tengo que volver que vamos a empezar el segundo pase.
Elia
estaba contrariada por aquella breve conversación. Por una parte, Iván había
querido dar a entender que tenía pareja al decir que no iba de vacaciones solo.
Pero, por otra parte, también parecía haber dado a entender que le
agradaba la idea de ir con ella a París y Roma. Y luego estaban esas palabras tan
bonitas que le había dicho.
En aquel momento entraron sus amigas, porque Franco también había
tenido que volver al trabajo. En cuanto llegaron comenzaron a interrogar a
Elia, que les contó con pelos y señales la conversación y les transmitió su
desconcierto. Sus amigas también le relataron sus progresos con el técnico de
sonido, quien había preguntado por ella con bastante interés al no verla junto
a las demás.
Poco
a poco la noche se fue animando y los pasodobles dejaron paso a las canciones
retro de los años sesenta y setenta y los éxitos de los ochenta y los noventa, hasta
llegar a las canciones del verano. Elia y sus amigas no paraban de bailar y al mismo
tiempo Franco no les quitaba ojo de encima.
Moni
estaba satisfecha, porque estaba convencida del interés de Franco. Así que ella le dirigía miraditas de vez en
cuando. Aunque la que estalló de felicidad fue Elia cuando Iván le guiñó un ojo
desde el escenario en mitad de la actuación. Todas se alegraron y empezaron a
bailar entusiasmadas, con más energía, y Elia con ilusiones renovadas.
Pero
justo en aquel instante aparecieron en la plaza uno de los grupitos de
petardas. Llegaron como las protagonistas de Mujeres Desesperadas en la promo de la serie, con la cabeza alta,
pisando fuerte y divinas. Comiéndose el mundo.
Con
visión panorámica, hicieron un repaso del personal y no tardaron en darse
cuenta de la presencia de Elia y sus amigas, a las que dirigieron miradas y muecas
de desdén y de las que empezaron a cuchichear entre ellas.
En
su recorrido visual por la plaza se percataron también del nuevo técnico de
sonido y se quedaron pasmadas cuando observaron que no paraba de mirar hacia el
grupo de Elia. Y montaron en cólera cuando vieron a Moni acercándose y manteniendo
una charla animada con él. Aquello las hirió en lo más profundo de su orgullo.
No podían consentir semejante ignominia. Así que Veva, su líder, se propuso en
aquel mismo instante conquistar a aquel chico y se acercó a él transcurridos
unos diez minutos. El tiempo necesario para no parecer patética.
Veva
tenía un físico imponente. Era guapa, alta y delgada. También tenía una bonita
sonrisa y un largo y sedoso pelo rubio. Aunque andaba como un pato. Además, cuando quería agradar hacía creer que era dulce, simpática y bondadosa. Y esos
fueron los encantos que desplegó con Franco.
En
realidad era una víbora que se había dedicado a hacer la vida imposible a Elia
y sus amigas, especialmente a Ceci, desde hacía dos años. Aparentemente sin motivo
alguno. Aunque con el paso del tiempo, como ya se verá, las cosas se vislumbran
más claras.
Veva,
sin moverse de su lado, acaparó a Franco el resto de la noche, impidiendo a Moni
cualquier intento de acercarse. Elia y sus amigas no podían creerlo. Estaban
seguras de que ni siquiera le gustaba, solamente lo hacía para fastidiar. Sabían
que Veva no soportaba no ser el centro de atención de nadie.
Y
así, el tiempo fue pasando hasta que las campanas dieron las seis y media, la
hora hasta la que el Ayuntamiento tenía contratada la actuación. Cuando la
música dejó de sonar, Iván bajó del escenario para despedirse de Elia. Y justo
en ese momento Franco y Veva se alejaban juntos por una de las calles del
pueblo. Entonces, sin
esperanzas con Franco, y viendo la situación, las amigas de Elia decidieron
marcharse a casa y la dejaron sola con Iván, no sin antes haberle hecho
prometer que la acompañaría a casa.
Una vez que se hubieran marchado, Elia
lo felicitó por la actuación y le preguntó cuándo tenían el próximo bolo. El
pobre no tenía tiempo de descansar siquiera, pues actuaban en unas pocas horas,
poco más allá del mediodía, en una localidad que estaba a más de ciento
cincuenta kilómetros de allí. Por eso no podía entretenerse mucho y le propuso
que se tomaran un chocolate en la churrería.
Elia
casi no podía contener su alegría. Pero, justo cuando ya iban de camino, un compañero
llamó a Iván porque necesitaban ayuda con el desmontaje de los equipos. Iván le
pidió por favor que esperaran un poco, pero sus compañeros le dijeron que
corría prisa. Elia se mostró comprensiva, pero Iván no estaba tranquilo dejando
que se fuera sola. Así que, por si necesitaba ayuda y para que cuando llegara a
casa le hiciera saber que había llegado bien, le dio su número de teléfono.
Se
despidieron y ella emprendió el camino a casa. Estaba triste porque tomar ese
chocolate con Iván le hacía mucha ilusión y habría supuesto una
oportunidad para que la conociera mejor, pero a la vez estaba contenta por
haber conseguido su número de móvil.
Caminaba
ensimismada en estos pensamientos cuando se dio cuenta que estaba delante de la
churrería y que, aunque se lo tomara sola, un chocolate caliente a esas horas no
le sentaría nada mal. Así que se encaminó a la taquilla, donde se pagaba el
ticket del producto que se fuese a consumir. Afortunadamente no había mucha
cola. Solamente tenía una joven pareja de enamorados delante, que estaba ya
pagando cuando, dirigiéndose a ella, Elia escuchó:
- - ¡Hei! Había ganas de un chocolate ¿eh?
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