Cualquier persona que pudiera haber
conocido a Elia hace unos pocos años y supiera algunos de sus entresijos
personales, no podría haber imaginado en aquel momento que el trascurso de los
acontecimientos daría un giro inesperado a su vida. Ella siempre fue una niña tímida
y no muy habladora, lo cual hizo que nunca tuviera un grupo extenso de amigas.
Durante su adolescencia no fue la más popular de su promoción y tampoco de su
clase. Puede decirse que pasaba desapercibida.
Su familia ha gozado
siempre de una buena posición. Eso le ha permitido estar continuamente a la
última, teniendo casi al instante cualquier novedad. No obstante, no puede
decirse que Elia sea una chica malcriada, aunque a veces tiene algunos
caprichos que serían insoportables para todos los que no la conocieran mucho y no
supieran que tiene un gran corazón.
Por otra parte, nunca pudo considerarse una belleza. Aunque no era de las más guapas, tampoco era de las menos agraciadas. Eso, unido a su timidez, hizo que su
adolescencia transcurriera sin tener un trato cercano con chicos. Mientras, veía como sus amigas de mayor atractivo físico comenzaban sus
primeras relaciones amorosas.
Durante esos años su
grupo de amigas creció. Poco a poco el nuevo grupo fue uniéndose cada vez más y
se hizo vigoroso, plantándole cara en más de una ocasión a ciertos grupitos de
chicas populares, esas que pueden denominarse como petardas. Y es que no sólo
el grupo fue consolidándose; ellas también empezaron a ser más fuertes, porque
comenzaron a creer en sí mismas.
Sin embargo, Elia no
terminaba de afianzar esa autoestima y se le notaba. Había cumplido ya los
dieciocho, continuaba sin relacionarse prácticamente con chicos, seguía bajando
la cabeza cuando las divas divinas cuchicheaban burlándose de ellas y, lo más
importante, no se creía capaz de alcanzar sus metas.
Bachillerato son dos largos cursos,
con temarios densos y con mucha presión. Elia había terminado el primer
curso con dos asignaturas pendientes y se encontró en segundo con una cuesta
arriba más elevada que la de la mayoría de sus compañeros. Lo que veía a su
alrededor tampoco le motivaba. Solamente una de sus cinco amigas había acabado
el Bachillerato y estaba en su primer año de universidad. Dos de ellas habían
abandonado los estudios sin ni siquiera conseguir la titulación obligatoria y
otras dos habían obtenido la secundaria con mucho esfuerzo. Con ese panorama
pensó muchas veces en tirar la toalla. Afortunadamente no lo hizo. Le costó
trabajo, tuvo que ser en septiembre, pero lo logró. Incluso se fue a la ciudad
a empezar estudios universitarios. Quería cursar Empresariales para después
montar su propio restaurante. Ese era su sueño.
Aquel
verano transcurrió para ella entre apuntes, ir a la piscina y hacer planes con
sus amigas todas las noches, sobre todo para las fiestas. Fue en ese verano
cuando Elia dejó su negatividad un poco de lado y se volvió más optimista y soñadora.
Es cierto que el verano sienta muy bien. La gente adelgaza, hay menos tela en
la ropa, se coge un poco de bronceado y, cómo no, hay vacaciones. Pero esos no fueron realmente los motivos del
cambio de Elia.
Desde
que tenía quince años Elia estaba enamorada de un chico bastante mayor,
teniendo en cuenta su edad. Él era el saxofonista de la orquesta que tocaba en
las verbenas de las fiestas del pueblo. Se llevaban muy bien pero él no sentía nada
por ella y apenas se veían durante el resto del año. Elia era consciente y se
puede decir que lo tenía asumido. Aun así seguía manteniendo la esperanza.
Dicen que es lo último que se pierde.
Aquel
verano algunos miembros de la orquesta cambiaron. Elia se asustó mucho porque
en los ensayos no vio a su saxofonista. Pensó que lo habían reemplazado
porque casi todas las caras eran nuevas,
entre ellas las del técnico de sonido. Era un chico jovencito, no mucho mayor
que ella, y que resultó ser bastante agradable y simpático.
Ante
el temor de que Iván, el saxofonista, ya no formara parte de la orquesta, Moni,
su amiga más atrevida, se acerco al técnico de sonido para preguntar por él. La
expresión en el rostro de Moni tranquilizó a Elia, que estaba impaciente y
esperando ansiosa a que su amiga volviera confirmándole lo que sospechaba que
eran buenas noticias.
Moni
seguía hablando con el técnico para desesperación de Elia. Estaba a punto de ir
hacia allí cuando Moni les hizo señas con la mano para que fueran. Una vez allí
se presentaron. El técnico de sonido se llamaba Franco, tenia veintiún años,
era alto, más bien delgado, muy simpático y bastante mono.
Enseguida
en todas las amigas de Elia se encendió un interés amoroso por Franco, pero
eran Moni y Elia con las que parecía haber congeniado mejor. Durante su
conversación se dirigía a ellas con más asiduidad y fue a Elia a quien le
preguntó si esa noche estarían por la verbena. Claro que iban a estar. Iván no
había dejado la orquesta y esa noche estaría sobre el escenario tocando su
saxo.
Se
despidieron de Franco y todas se fueron a casa para arreglarse y estar lo más
guapas posible. Se había desatado una pequeña guerra por conquistar al técnico
de sonido, una batalla a la que Elia era completamente ajena y en la que
prefería no tomar partido. Al fin y al cabo era él quien tenía que decidir si
realmente le interesaba alguna de ellas.
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