Eras exactamente el tipo de
hombre del que quería huir a toda costa. Lo vi en tus ojos la primera vez que
nuestras miradas se cruzaron. Sin
embargo, hice caso omiso a mi razón y me dejé llevar por mis instintos más
primarios.
Si, tenía que huir de ti lo antes
posible. Esa fue mi conclusión tras nuestra primera cita, tomando un café. Tú
no podías darme todo lo que mi corazón anhelaba, no tenías la capacidad de amar
verdaderamente a una mujer.
Pero de nuevo me dejé llevar por
mi condición humana y volvimos a tener una cita. La de nuestro primer beso, la
de nuestra primera mamada. Sin tiempo apenas para recapacitar, esa noche
follamos por primera vez. Y esa noche
fue la primera y la última que dormiste conmigo.
Volvimos a follar, unas cuantas
veces más. Venías a mi casa, me la metías, te corrías y te ibas. Yo asumí que
lo nuestro era sólo sexo, dos personas que buscan el placer en medio de una
vida llena de preocupaciones. Hasta que todo cambió.
Hubo un día, después del verano,
en el que te vi diferente, algo en mi dio un giro y pensé que quizá esa
incapacidad de amar sólo fuera un escudo ante la auténtica naturaleza
vulnerable de tu ser.
Y tú, en lugar de hacerme volver
de nuevo a la senda de la realidad, dabas alas a mi locura con tu discurso
ambiguo, bipolar. En nuestras
conversaciones de madrugada me abrías un poco tu corazón, me demostrabas que
quizá albergabas algunos sentimientos y, de repente, de nuevo tu carácter
chulesco, seco e incluso en ocasiones borde.
Sentía algo por ti, aun
conociendo tu actitud en la cama, algo por lo que yo en ocasiones me sentí
denostada, humillada, una mierda. Y pese a todo esto me esforcé y te preparé
una sorpresa para tu cumpleaños, una sorpresa que dejaste plantada. Siempre era
muy tarde para ti, siempre estabas cansado del trabajo.
Todo cambió de nuevo, volviendo
seguramente a lo que siempre tuvo que ser, cuando me faltaste el respeto como
no lo ha hecho nadie. Esa noche lloré, lloré muchísimo. Pero también me hiciste
más fuerte, me abriste los ojos respecto a ti. No, no puedes amar. Tenía razón,
tenía que haber huido de ti cuando estuve a tiempo.
Llegó el día de despedirnos, sin
saber cuándo nos volveremos a ver. Nos despedimos a nuestra manera. Un
encuentro sexual, en mi casa. Sólo que esta vez, al menos yo lo sentí así, no
fue un simple polvo. Fuiste menos egoísta, más pasional, más dulce y más tierno
de lo que nunca antes habías sido. Y fue así, en nuestra despedida, como
hicimos el amor, juntos, por primera vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario